jueves, 15 de mayo de 2014

CAPITULO 5 CIGARRILLOS



A veces lo que uno piensa se convierte en el peor de los miedos. Y eso pensaba a cada rato, que alguien me pescara, así que aunque con todas las ganas que tenía en mi camino de asesinatos, tuve que guardarme un tiempo.
Completé el espacio en investigar más cosas, casos policiales y a seguir de cerca las investigaciones que por lo menos en los medios salían sobre los crímenes cometidos en los últimos meses. A pesar de todo me mantenía tranquilo, pero mi mente seguía en torturarme con que había dejado algún cabo suelto.
Por supuesto que no volví nunca por los lugares en donde había matado a alguien, sabía que los investigadores tenían como certeza que el criminal siempre vuelve al lugar de los hechos. Así que ni loco pisaba ahí.
Después de tres meses sin cometer ninguna atrocidad (esto para la mente de los normales, ya que para mí era algo lógico) decidí ponerme en campaña y continuar con mi tarea. Para esto elegí a una mujer, que sabía vivía sola. Nunca, pero nunca había que hacerlo con algún conocido, siempre está la policía intentando atar cabos sobre amistades, compañeros de trabajo, gente del barrio,  familiares y etc. Por eso yo siempre elegía al azar. Y este fue el primer caso que lo hice así.
Ya había decidido como matar, de que forma si es lo que están pensando ustedes. Solo faltaba la manera de llegar a tal fin.
Luego de estudiar el barrio y la casa un par de veces. Me pareció que la manera más cómoda era entrando de noche. Para esto debía tener alguna excusa si alguien me llegaba a ver rondando por ahí, como había un kiosko, y ya una vez me había salido bien con el hombre que se torció el pie. Tome como más factible esa forma, de explicar que había ido a comprar cigarrillos. Así que hice eso.
Pasé a comprar puchos y mientras fumaba me fui despacito y sin preocupaciones.
Me había puesto una campera vieja con manchas de trabajo, porque en el bolsillo llevaba unos guantes de latex, si preguntaban era una campera que usaba para hacer arreglos en casa cuando hacía frío y quien sabe de cuando estaban esos guantes ahí.
Cuando llegué a la cuadra donde la mujer solitaria no se esperaba que fueran los últimos minutos caminé más despacio. Un muro muy fácil de saltar me dio la entrada perfecta al patio. Toqué el timbre que estaba en la puerta y me fui hasta el fondo, calculando que habría evidentemente, una puerta trasera con salida al jardín, que desde la vereda se alcanzaba a ver un poco. Casi al llegar al final se escucha una voz que pregunta quien era (al que tocaba el timbre). Me imaginé que al no recibir respuesta abriría la puerta para asomarse a ver quien es el que llama. Por suerte, no pensé que fuera así, la puerta de atrás no tenía llave. Y en un tendero se veía ropa colgada. ¿Habrá sido tanta mi suerte y su mala suerte que recién había colgado ropa? Nunca lo supe.
Cuando entré un gato que dormía sobre un almohadón me saludó bostezándome. Con los guantes ya puestos, encaré por el pasillo hasta la puerta de enfrente cuando justo oigo que la cierran y una bocanada de aire llegó hasta mí. La mujer estaba tan cerca que pude sentir su perfume.
Nos encontramos de frente. Nos miramos. Como vi que se paralizó por la sorpresa y el miedo instantáneo que le dio por ver a un extraño, aproveché.
Un certero golpe al estómago aplacó los ímpetus de gritar, al dejarla sin aire por el golpe la tomé del brazo y le hice una maniobra para que quede su espalda en mi pecho. Esta vez no tenía sed de sangre, quería ver la muerte cara a cara. Con un brazo hice presión sobre su garganta para taparle el paso de aire, con el otro brazo la inmovilicé. Recién ahí el instinto de supervivencia hizo carne en ella. Comenzó a patalear y a tratar de zafarse de ese abrazo mortal. Pero no pudo hacer nada, cuando sentí que se desmayaba, la empuje para que siga de pie caminando y no se cayera en el trayecto hasta su dormitorio. En el pasillo había dos puertas, al entrar me percaté que una era el baño, así que la otra indefectiblemente, era su habitación.
La tiré sobre la cama boca abajo y luego la dí vuelta para que su rostro quedara hacia arriba. Cuando se le pasó el sopor de la falta de oxígeno, me senté sobre ella inmovilizando sus brazos y piernas con mi cuerpo. Ya con las manos libres aprisioné su garganta fuertemente con mis manos ya apreté de a poco, hasta que su cara se transformó. Se puso roja por la congestión de la sangre. Los ojos desorbitados por el terror no dejaban de mirarme. En un momento, no se los minutos o segundo que habían pasado, se entregó. Su cuerpo se puso laxo y sus ojos se pusieron vidriosos, quizá por las lágrimas que comenzaron a correr por su cara. Seguí apretando hasta que supe que ya no había más latidos en su joven corazón. Y continué, seguí con mis manos como garras de águila sobre su presa. Sabía que aún podía quedar un impulso final, en donde el cuerpo en un solo movimiento explosivo liberaba toda su energía para sobrevivir. Como no lo hizo, supuse que ya había muerto. Sus ojos marrones miraban la nada.
Me incorporé y la miré mucho tiempo, creo que fueron años que estuve así.
Con la mujer muerta y mis impulsos asesinos saciados no me quedó más que la penosa tarea de hacer limpieza. Saque las sábanas y el acolchado de la cama y las metí al lavarropas, en el piso había una pequeña alfombra que también la puse a lavar, en vez de poner el jabón líquido que había ahí, le mandé el litro entero que encontré de lavandina sin usar. Eso mataría todo pelo, fibra o célula dérmica mía que podría haber quedado como prueba. La campera la quemaría en casa.
Miré a mí alrededor para revisar que nada quedara para la policía. Me fui por donde vine, antes de salir a la vereda miré y escuché por si alguien andaba en la cuadra. No se veía ni oía nada. Salté el muro y me fui. A pocas cuadras encontré un canasto de basura con una bolsa sin llevar por el basurero, ahí me desprendí de los guantes. Ya no quedaba nada que me incriminara.
Mientras volvía a casa abrí el paquete de cigarrillos y regresé fumando y recordando sus ojos marrones.


No hay comentarios:

Publicar un comentario