A veces lo que uno piensa
se convierte en el peor de los miedos. Y eso pensaba a cada rato, que alguien
me pescara, así que aunque con todas las ganas que tenía en mi camino de
asesinatos, tuve que guardarme un tiempo.
Completé el espacio en
investigar más cosas, casos policiales y a seguir de cerca las investigaciones
que por lo menos en los medios salían sobre los crímenes cometidos en los
últimos meses. A pesar de todo me mantenía tranquilo, pero mi mente seguía en
torturarme con que había dejado algún cabo suelto.
Por supuesto que no volví
nunca por los lugares en donde había matado a alguien, sabía que los
investigadores tenían como certeza que el criminal siempre vuelve al lugar de
los hechos. Así que ni loco pisaba ahí.
Después de tres meses sin
cometer ninguna atrocidad (esto para la mente de los normales, ya que para mí
era algo lógico) decidí ponerme en campaña y continuar con mi tarea. Para esto
elegí a una mujer, que sabía vivía sola. Nunca, pero nunca había que hacerlo
con algún conocido, siempre está la policía intentando atar cabos sobre
amistades, compañeros de trabajo, gente del barrio, familiares y etc. Por eso yo siempre elegía
al azar. Y este fue el primer caso que lo hice así.
Ya había decidido como
matar, de que forma si es lo que están pensando ustedes. Solo faltaba la manera
de llegar a tal fin.
Luego de estudiar el
barrio y la casa un par de veces. Me pareció que la manera más cómoda era
entrando de noche. Para esto debía tener alguna excusa si alguien me llegaba a
ver rondando por ahí, como había un kiosko, y ya una vez me había salido bien
con el hombre que se torció el pie. Tome como más factible esa forma, de
explicar que había ido a comprar cigarrillos. Así que hice eso.
Pasé a comprar puchos y
mientras fumaba me fui despacito y sin preocupaciones.
Me había puesto una
campera vieja con manchas de trabajo, porque en el bolsillo llevaba unos
guantes de latex, si preguntaban era una campera que usaba para hacer arreglos
en casa cuando hacía frío y quien sabe de cuando estaban esos guantes ahí.
Cuando llegué a la cuadra
donde la mujer solitaria no se esperaba que fueran los últimos minutos caminé
más despacio. Un muro muy fácil de saltar me dio la entrada perfecta al patio.
Toqué el timbre que estaba en la puerta y me fui hasta el fondo, calculando que
habría evidentemente, una puerta trasera con salida al jardín, que desde la
vereda se alcanzaba a ver un poco. Casi al llegar al final se escucha una voz
que pregunta quien era (al que tocaba el timbre). Me imaginé que al no recibir
respuesta abriría la puerta para asomarse a ver quien es el que llama. Por
suerte, no pensé que fuera así, la puerta de atrás no tenía llave. Y en un
tendero se veía ropa colgada. ¿Habrá sido tanta mi suerte y su mala suerte que
recién había colgado ropa? Nunca lo supe.
Cuando entré un gato que
dormía sobre un almohadón me saludó bostezándome. Con los guantes ya puestos,
encaré por el pasillo hasta la puerta de enfrente cuando justo oigo que la
cierran y una bocanada de aire llegó hasta mí. La mujer estaba tan cerca que
pude sentir su perfume.
Nos encontramos de
frente. Nos miramos. Como vi que se paralizó por la sorpresa y el miedo
instantáneo que le dio por ver a un extraño, aproveché.
Un certero golpe al
estómago aplacó los ímpetus de gritar, al dejarla sin aire por el golpe la tomé
del brazo y le hice una maniobra para que quede su espalda en mi pecho. Esta
vez no tenía sed de sangre, quería ver la muerte cara a cara. Con un brazo hice
presión sobre su garganta para taparle el paso de aire, con el otro brazo la inmovilicé.
Recién ahí el instinto de supervivencia hizo carne en ella. Comenzó a patalear
y a tratar de zafarse de ese abrazo mortal. Pero no pudo hacer nada, cuando
sentí que se desmayaba, la empuje para que siga de pie caminando y no se cayera
en el trayecto hasta su dormitorio. En el pasillo había dos puertas, al entrar
me percaté que una era el baño, así que la otra indefectiblemente, era su
habitación.
La tiré sobre la cama
boca abajo y luego la dí vuelta para que su rostro quedara hacia arriba. Cuando
se le pasó el sopor de la falta de oxígeno, me senté sobre ella inmovilizando
sus brazos y piernas con mi cuerpo. Ya con las manos libres aprisioné su
garganta fuertemente con mis manos ya apreté de a poco, hasta que su cara se
transformó. Se puso roja por la congestión de la sangre. Los ojos desorbitados
por el terror no dejaban de mirarme. En un momento, no se los minutos o segundo
que habían pasado, se entregó. Su cuerpo se puso laxo y sus ojos se pusieron
vidriosos, quizá por las lágrimas que comenzaron a correr por su cara. Seguí
apretando hasta que supe que ya no había más latidos en su joven corazón. Y
continué, seguí con mis manos como garras de águila sobre su presa. Sabía que
aún podía quedar un impulso final, en donde el cuerpo en un solo movimiento
explosivo liberaba toda su energía para sobrevivir. Como no lo hizo, supuse que
ya había muerto. Sus ojos marrones miraban la nada.
Me incorporé y la miré
mucho tiempo, creo que fueron años que estuve así.
Con la mujer muerta y mis
impulsos asesinos saciados no me quedó más que la penosa tarea de hacer
limpieza. Saque las sábanas y el acolchado de la cama y las metí al lavarropas,
en el piso había una pequeña alfombra que también la puse a lavar, en vez de
poner el jabón líquido que había ahí, le mandé el litro entero que encontré de
lavandina sin usar. Eso mataría todo pelo, fibra o célula dérmica mía que
podría haber quedado como prueba. La campera la quemaría en casa.
Miré a mí alrededor para
revisar que nada quedara para la policía. Me fui por donde vine, antes de salir
a la vereda miré y escuché por si alguien andaba en la cuadra. No se veía ni
oía nada. Salté el muro y me fui. A pocas cuadras encontré un canasto de basura
con una bolsa sin llevar por el basurero, ahí me desprendí de los guantes. Ya
no quedaba nada que me incriminara.
Mientras volvía a casa
abrí el paquete de cigarrillos y regresé fumando y recordando sus ojos
marrones.
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