lunes, 12 de mayo de 2014

CAPITULO 3 EMPUJÓN



Recuerdo una vez en que casi me equivoqué. Fue una de las primeras veces, cuando aún estaba verde, temeroso.
Pensaba en si sería necesario usar un arma de fuego. Pero había que registrarla, comprar balas cada tanto. Y siempre, quedaría la bala en el cuerpo, fácil de identificar por los peritos de criminalística. Entonces tomé la decisión de no usar armas convencionales, todo casero. Cuchillo, soga, martillo, piedras, palos. Una vez usé un zapato, pero esa es otra historia que alguna vez contaré.
Este caso no fue fácil, habían pasado dos meses del anterior crimen y el cuerpo me pedía sangre. Estaba deprimido. Yo sabía lo que quería, pero era necesario esperar bastante tiempo entre una salida y otra. No debía levantar sospechas de ningún tipo.
Pasaban las noches y no salía.
Decidí dar una vuelta por el pueblo cercano, distante a unos veinte kilómetros. Era verano, las noches tan cálidas y hermosas que daba gusto volver a tomar el auto. A los pocos kilómetros veo un auto parado a un costado del camino cuesta abajo, me detengo detrás. Una mujer que había pinchado una rueda e intentaba sacar el auxilio del baúl. Me agradece si pudiera ayudarle. Por dentro yo pensaba, si vas a ver la ayuda que te doy. Le dije que iba al auto por unos guantes así no me ensuciaba mientras miraba que la ruta estuviera despejada. Ni un auto se divisaba en lo que quedaba hasta la ciudad.
Me pongo los guantes y regreso. Mientras tomo la cruceta le pido que alumbre la rueda con la linterna. Calculé dar un solo golpe con todos mis kilos de peso. El hierro vibró en mis manos al golpear su nuca. Pude sentir como se rompían los huesos vertebrales.
Como cayó de boca al suelo, tuve que darla vuelta para terminar el trabajo. Varios golpes a la garganta hasta que esta se abrió, se nota que con el primer golpe la maté, ya que no saltaba sangre, solo manaba como si fuera una cascadita.
Volví a mirar la ruta y a lo lejos pude ver las luces de un auto.
Todos mis temores se vieron realizados. Me agarrarían con las manos en la masa.
No sabía que hacer, unos segundos de pensamiento aclararon la situación. La arrastre por el costado y la subí al auto, la acomodé bien en el asiento del conductor. Puse punto muerto, bajé la ventanilla, prendí las luces y arranque el auto. Me puse a empujarlo desde el baúl cuesta abajo hasta que tomó envión, era un corsa así que pesaba poco.
Corrí como nunca hasta mi auto, aceleré a fondo mientras veía por el retrovisor que las luces se acercaban, alcancé a pasar justo al lado del auto mientras veía que se estrellaba contra un pino. Ahí recién suspiré aliviado, seguí acelerando unos cientos de metros más hasta que vi que las luces se detuvieron. Habrá visto el “accidente” y me reí. Me reí muy fuerte.
Cuando llego al poblado me fui hasta una parrilla para comer algo y hacer tiempo. Mientras el mozo toma mi pedido me dice que tenía una gota de sangre en el cuello. Le contesto que debo cambiar la afeitadora. Un sudor helado corrió por mi espalda. En el baño me lavo y veo que nada más había, no lo podía creer.
En ese momento escucho la sirena de la policía. Me dije, listo, te agarraron por pelotudo. Cuando salgo del baño me imaginé a la policía esperándome.
No había nadie.
Me siento y cuando me traen la parrillada pregunto el motivo de la sirena.
—Algún accidente habrá sido.
—Si, esas cosas pasan —contesto.

2 comentarios:

  1. QUE BUEN RELATO, ME GUSTO MUCHO, HASTA PUDE SENTIR MIEDO QUE LO ATRAPEN, ESPECTACULAR!!!!!

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