miércoles, 11 de junio de 2014

CAPITULO 7 DE CAMPING


Hace mucho tiempo que tenía en la mente una idea y cuando eso pasaba no paraba hasta realizarla. A veces me llevaba tiempo, pero en este caso particular fue muy rápido. Un verano hará unos quince años atrás salía a caminar muy seguido a la montaña, siempre buscando lugares para desaparecer un cuerpo sin dejar rastros. Otras veces lo hacía de puro gusto de sentirme perdido en la hermosura del bosque, donde el tiempo parecía correr más lento. En ese momento comenzaba el auge del turismo, ofrecían desde cabalgatas, caminatas hasta pernoctes en maravillosos lugares cercanos o un poco alejados de la ciudad. Yo buscaba precisamente los que acampaban fuera de la zona citadina. Me tomé mi tiempo para conocer antes la zona, los observaba de lejos. Anotaba sus movimientos, horarios, cantidad de personas etc. A la noche en mi campamento un par de kilómetros más lejos estudiaba todo y después lo quemaba en el fuego. Estuve sí un par de semanas, hasta que llegó un grupo que me gustó. Ya había fijado mi objetivo, un grupo de extranjeros alemanes, entre ellos estaba una mujer hermosa de cuerpo estilizado, parecía una atleta por el físico. Esperé dos noches para registrar bien la rutina de ese grupo a la hora de acostarse a dormir, luego de la cena se sentaban alrededor de un fuego y charlaban y cantaban. Ya tarde se veía que se retiraban a sus carpas rendidos por el viaje, el paseo y el cansancio. Ese era mi momento. Bajé del grupo de rocas que era mi observatorio y con mucha tranquilidad me acerque a la carpa en cuestión. Escuché unos minutos que la mujer durmiera profundamente, unos pequeños ronquidos que no cambiaban en tonalidad. Era un sueño profundo. Despacio, con mucho cuidado bajé el cierre de la entrada. La mujer seguía roncando. Metía la cabeza aguantando la respiración para no hacer el mínimo ruido. Los latidos sonaban fuertemente en mi cabeza. Saque el frasco con el anestésico, puse un poco en un trapo y tomé su cabeza suavemente. Seguía durmiendo, aproveche ese sueño sin esperanzas ya para ella y le aplique el trapo en la nariz y boca. Al cabo de unos segundos los ronquidos se apagaron y solo quedo un dulce resoplido. De a poco y con mucha calma la saqué de su bolsa de dormir. Se complicó un poco para arrastrarla fuera de la carpa, hasta que pude levantarla y subirla a mi hombro. Era una pluma, no pesaría ni cincuenta kilos. La llevé por un costado donde la tenue luz del fuego apagándose no proyectara nuestra sombra. Tardé varios minutos en transportarla hasta las rocas, cuando llegamos la bajé y recosté en una pared. Busqué una rama que había dejado por ahí y volvía al campamento. Cuando llegué me puse los guantes y entré a buscar unas cosas en su carpa, su campera, la cámara de fotos y sus zapatillas, ella tenía puesto un pantalón finito que usaría de piyama, así que me ahorró esa tarea complicada. Salgo de la carpa y la cierro como estaba antes. Con la rama voy borrando mis huellas, solo dejé las de ella. Seguí así hasta que llegue a las rocas. Por suerte el anestésico era fuerte así que dormiría hasta el amanecer. Le puse la campera, las zapatillas y esperé que fuera el momento indicado. Para esto tendría que esperar unas tres horas más o menos. Luego de ese tiempo de interminable espera, donde seguía atentamente su sueño, llegó el amanecer. Prendí la cámara de fotos (con los guantes puestos por supuesto) activé que salga la fecha y la hora y saqué varias fotos del amanecer. Le puse la cámara en el bolsillo de la campera y subí con ella los últimos metros que en vida recorrería…en sueños claro. Cuando llegué la acomodé para que estuviéramos cara a cara y la sacudí varias veces para que se despertara. La somnolencia hacia mella, pero el fresco en la cara y los sacudones y darse cuenta que no era la suave colchoneta de su carpa la despertó. Me miró y en ese momento la empujé. Su cuerpo cayó aleteando y golpeó pesadamente entre las rocas afiladas de abajo, unos veinte metros quizá, no había forma que sobreviviera. Más que grito fue un quejido lo que salió de su boca, perdido en el aire frío del amanecer y que fue apagado abruptamente al llegar a su destino final (no la película). Después de todo esto, admire los colores del cielo un rato y encaré hacia mi campamento. Levanté todo y me fui caminando para apostarme en otro sitio bien alejado de la escena del crimen. Todo terminaría con la teoría policial que la mujer se levantó para ver el amanecer y tropezó cayendo al vacío, las fotos con la hora serían la coartada perfecta, de un crimen perfecto. Décadas después aún recordaría como el rojo del amanecer llenaba ese hermoso rostro para quedar para siempre en mi memoria.