Me acuerdo aquella vez que el tiempo se detuvo, sentía en la
cara como las gotas de sangre golpeaban en cámara lenta. Mis brazos bajando en
un solo movimiento violento, frío, sangriento.
Todo comenzó una noche de invierno, con tanto frío que ni
los gatos andaban por las calles. Había salido a comprar unos cigarrillos al
kiosco, cuando el destino decidió otra cosa.
Estaciono el auto en la esquina donde estaba el kiosco y veo
un tipo que patina por el hielo en la entrada de auto de una casa y se da tal
golpe que queda retorciéndose de dolor. Ni lerdo ni perezoso me bajo a
ayudarle. El tipo se había roto el tobillo o esquinzado muy mal el tobillo. Se
quejaba mucho del dolor. Le ofrecí llevarlo al hospital en el auto.
En ese momento yo creo que el mundo se detuvo y congeló el
aire. Se veía una bruma que comenzaba a cubrir las veredas, parecía sacado de
una película de terror.
A duras penas podía apoyar el pie el hombre, pero apoyado en
mi hombro nos fuimos acercando al auto. Lo mando para el asiento de atrás y una
vez bien acomodado, relojeo la calle para ver si alguien se había percatado de
la caída.
Nadie.
Cuando me subo antes de arrancar el auto saco de la guantera
la picana que había comprado en Internet y estirando el brazo como para
acomodarle mejor la pierna en el asiento, le aplico varias veces el choque
eléctrico.
Ahora que recuerdo casi me causa gracia, por la cara que
ponía cada vez que lo chuzeaba con la picana. Se le contraía la cara por el
espasmo. Me di cuenta que con la primera aplicación quedó paralizado, le mande
tres más por las dudas y justo ahí se desmayo.
Pobre tipo, jamás se imagino que se iba a despertar en el garaje
de mi casa, desnudo sobre un plástico en el piso y atado de manos. Los ojos
desorbitados por el miedo y supongo también por el dolor del tobillo. Como
aprendí a hacer nudos marineros no había forma que se pudiera desatar, de
ninguna manera lo podía hacer. Así que le deje que se revuelque a gusto un rato
tratando de desatarse. Cuando por fin veo que se canso de retorcerse voy a buscar
el bate de softball que tenía guardado para ese fin.
Me puse los guantes de carnaza porque no quería romperme ni
un dedo ni la muñeca con la vibración del golpe, de paso para que no quede
ninguna huella.
Tomé distancia varias veces apoyando suavemente la punta del
bate en la sien del infortunado. Inspiré profundamente llevé el brazo hacia
atrás, lo máximo que pude. Cuando di el golpe largue todo el aire en un solo
bufido, casi un grito. Un instante antes de que llegue la punta de madera
redondeada a la cabeza, el hombre cierra la ojos.
El sonido que salió de la interacción de un cráneo humano y
un bate de softball jamás me hubiera imaginado que sería ese. Sonó como un
“bak” o “tac” pero casi agudo, no grave. Lo que si puedo describir es la
reverberación del golpe en mi brazo, sentí un cosquilleo hermoso, casi
orgásmico que se extendió de los huesos al músculo y de estos a la piel. Se me
erizaron los pelos de los brazos del placer. Y a mi boca el gusto acre, salado
de la adrenalina.
Quise probarlo de nuevo, varias veces en tantos años ya,
pero ya no sonó como antes el bate, había sido la primera vez que sentí placer
la matar.
Al levantar el palo una nube casi lluvia espesa de sangre
inundó y lleno el garaje, estaba empapado. El piso, las paredes y hasta el
techo estaban cubiertos de sangre.
Di varios golpes más para terminar el trabajo. Y listo, se
terminó.
Quedó la penosa tarea de trasladar el cuerpo en el baúl, me
fui hasta la laguna la z que quedaba cerca, unos pocos minutos. Estacioné en un
lugar que previamente había visto favorable para hacer un buen pozo. Con la
pala terminé la tarea y pude volver a casa.
Resumiendo, tuve que limpiar el desastre que había dejado, y
también tuve que pintar las paredes y el techo al otro día.
Previamente limpié todo con una mezcla de lavandina y
vinagre que destruía toda prueba de A.D.N. que pidieran buscar.
Después de tanto ajetreo me senté a ver una película que
justo daban en la tele y me gustaba mucho.
Mr. Brooks.
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