Como ya había contado antes, tenía competencia. Ese encuentro en el lago
no podía ser fortuito o algo causado por el ardor de una pelea. El
corte era hecho con algo tipo bisturí y el tajo era perfecto. Aún
recuerdo las tripas intactas, sin tajos ni perforaciones. Me quedaba
solo investigar si habían sucedido desapariciones o muertes extrañas,
dejando de lado las producidas por mí. Así que me tomé una pausa,
digamos un descanso obligado de mis apetitos mortales para ahondar en
mis investigaciones. Un par de meses leyendo causas policiales y las de
fiscalía en tribunales no llevaba a nada. O era más perfecto que yo en
las ejecuciones, o simplemente fue una casualidad aquella vez. Pero algo
había en mi interior, que me decía, más bien me insinuaba en el fondo
de mi cabeza que no fue “aquella vez”. Y también me sentía observado,
más allá de la paranoia normal que lleva encima un asesino serial,
juicioso y pragmático que sospecha de hasta su propia sombra.
Tenía
que encontrar la forma de hacer salir a escena a mi contrincante, que
para ese momento no lo consideraba un enemigo, si quisiera matarme lo
habría hecho ese día que estaba lastimado y sorprendido, debilitado. Yo
creía que de estar en su lugar, tampoco lo entregaría, denunciarlo sería
traer todas las miradas a uno mismo. ¿Quizá buscaba competir?
Había una sola forma de saber si aquel asesino existía como tal y si
estaba pendiente de mí. Si fuera así él tenía la ventaja de conocerme,
yo no. Esa forma era, matando otra vez.
Así que me tomé un tiempo
para pensar muy bien la movida, como si fuera ajedrez a distancia, tenía
días, semanas incluso meses para hacer mi movida, y quien sabe cuánto
tiempo para pensar su movimiento.
El hombre caminaba por el sendero
pocos metros detrás de una joven absorta por la música que escuchaba en
sus auriculares. Apuró el paso, miró a su alrededor para ver que nadie
más anduviera por ahí. Era una tarde fría de junio en la que muy poca
gente salía a caminar la montaña. Estando a pocos metros de la chica
saca del bolsillo de su campera un pequeño cuchillo y acelera más el
paso. En ese momento siente algo pesado en la nuca y la obscuridad se
apoderó de él. Cuando despertó estaba perdido, aturdido. Las manos
atadas y un mordaza para que no gritara. Estaba acostado entre dos matas
espinosas lejos del camino. No conocía el lugar. Siempre se quedaba
cerca de la senda donde pasaban las mujeres, esperando que alguna pase
sola. Condenado por violación en varias oportunidades, disfrutaba de
salidas transitorias, que se les daba a los privados de libertad
anticipándose a su liberación.
Me acerco al tipo y lo termino de atar a un pino, sentado para que me vea de frente.
-Me gusta matar ¿sabes? Es algo más fuerte que cualquier intento de
detenerme de hacerlo. No, no te gastes en gritar, tendría que cortarte
la lengua y va a ser un enchastre.
El hombre con los ojos
desorbitados por el miedo deja de gritar con el trapo metido en la boca.
Me seguía con la mirada, intentando adivinar que quería con él.
-Quizá con esto equilibre un poco las cosas, no es nada personal, ¿quién
soy yo para juzgar? Pero en este momento te necesito, para dejar un
mensaje. Vas a servir como un cartel de la ruta, indicando la velocidad o
el lugar.
Cuando me acerqué con mi estuche de navajas y bisturíes
intentó otra vez gritar, me causo mucha gracias como gesticulaba hasta
que se puso rojo por el esfuerzo. Aproveché ese momento y corte la
garganta, de oreja a oreja. Tuve la precaución de hacerlo de costado,
para no mancharme con el chorro. Le sostuve la cabeza hasta que dejó de
gorgotear y ese ruido horroroso que hacía tratando de respirar, cuando
solo aspiraba sangre.
Esperé al último estertor y cuando quedó laxo
completamente corté las ataduras y lo acosté sobre un colchón de agujas
de pino que había preparado a unos pasos de ahí.
Saque unas tijeras
paramédicas con las que corté la ropa. Busqué el esternón y comencé a
cortar, apenas salían unas gotas de sangre. Abrí hasta el pubis. Saque
todo lo que había en la cavidad abdominal y lo puse a un lado. Tomé
aguja colchonera e hilo y comencé a cerrar el tajo. Me llevó un buen
rato, con el frío costaba más. Saqué mi cuchilla de trozar y terminé de
decapitar el cuerpo. Me puse a acomodar todo como yo quería, cuando
terminé y miré me reí, realmente me reí. Es que era cómico.
Junté
su ropa en una bolsa, me aleje unos buenos metros dentro del bosque y me
cambié. Caminé cinco kilómetros por lugares inhóspitos hasta que
encontré el lugar perfecto, cave un pozo donde puse toda su ropa y la
mía, le tire encima la botella de cloro completa que eliminaría
cualquier rastro genético y comencé la vuelta, con la brújula me guiaba,
en ese lugar me habría perdido definitivamente. Llegue casi al
anochecer, me llevó unas cuatro horas entre caminata y demás.
Un par
de días después escuché en el informativo de canal 4 que una pareja de
caminantes habían encontrado un cuerpo destripado. Conmocionados
relataban al cronista que la escena era macabra, con los intestinos
habían formado la palabra “Hola”, el cuerpo y la cabeza el signo de
admiración.
Hola!
Un poco de humor negro para quien supiera leer entre líneas.
Su turno de mover.
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