Recuerdo una vez en que
casi me equivoqué. Fue una de las primeras veces, cuando aún estaba verde,
temeroso.
Pensaba en si sería
necesario usar un arma de fuego. Pero había que registrarla, comprar balas cada
tanto. Y siempre, quedaría la bala en el cuerpo, fácil de identificar por los
peritos de criminalística. Entonces tomé la decisión de no usar armas
convencionales, todo casero. Cuchillo, soga, martillo, piedras, palos. Una vez
usé un zapato, pero esa es otra historia que alguna vez contaré.
Este caso no fue fácil,
habían pasado dos meses del anterior crimen y el cuerpo me pedía sangre. Estaba
deprimido. Yo sabía lo que quería, pero era necesario esperar bastante tiempo
entre una salida y otra. No debía levantar sospechas de ningún tipo.
Pasaban las noches y no
salía.
Decidí dar una vuelta por
el pueblo cercano, distante a unos veinte kilómetros. Era verano, las noches
tan cálidas y hermosas que daba gusto volver a tomar el auto. A los pocos
kilómetros veo un auto parado a un costado del camino cuesta abajo, me detengo
detrás. Una mujer que había pinchado una rueda e intentaba sacar el auxilio del
baúl. Me agradece si pudiera ayudarle. Por dentro yo pensaba, si vas a ver la
ayuda que te doy. Le dije que iba al auto por unos guantes así no me ensuciaba
mientras miraba que la ruta estuviera despejada. Ni un auto se divisaba en lo
que quedaba hasta la ciudad.
Me pongo los guantes y
regreso. Mientras tomo la cruceta le pido que alumbre la rueda con la linterna.
Calculé dar un solo golpe con todos mis kilos de peso. El hierro vibró en mis
manos al golpear su nuca. Pude sentir como se rompían los huesos vertebrales.
Como cayó de boca al
suelo, tuve que darla vuelta para terminar el trabajo. Varios golpes a la
garganta hasta que esta se abrió, se nota que con el primer golpe la maté, ya
que no saltaba sangre, solo manaba como si fuera una cascadita.
Volví a mirar la ruta y a
lo lejos pude ver las luces de un auto.
Todos mis temores se
vieron realizados. Me agarrarían con las manos en la masa.
No sabía que hacer, unos
segundos de pensamiento aclararon la situación. La arrastre por el costado y la
subí al auto, la acomodé bien en el asiento del conductor. Puse punto muerto,
bajé la ventanilla, prendí las luces y arranque el auto. Me puse a empujarlo
desde el baúl cuesta abajo hasta que tomó envión, era un corsa así que pesaba
poco.
Corrí como nunca hasta mi
auto, aceleré a fondo mientras veía por el retrovisor que las luces se
acercaban, alcancé a pasar justo al lado del auto mientras veía que se
estrellaba contra un pino. Ahí recién suspiré aliviado, seguí acelerando unos
cientos de metros más hasta que vi que las luces se detuvieron. Habrá visto el
“accidente” y me reí. Me reí muy fuerte.
Cuando llego al poblado
me fui hasta una parrilla para comer algo y hacer tiempo. Mientras el mozo toma
mi pedido me dice que tenía una gota de sangre en el cuello. Le contesto que
debo cambiar la afeitadora. Un sudor helado corrió por mi espalda. En el baño
me lavo y veo que nada más había, no lo podía creer.
En ese momento escucho la
sirena de la policía. Me dije, listo, te agarraron por pelotudo. Cuando salgo
del baño me imaginé a la policía esperándome.
No había nadie.
Me siento y cuando me
traen la parrillada pregunto el motivo de la sirena.
—Algún accidente habrá
sido.
—Si, esas cosas pasan
—contesto.
QUE BUEN RELATO, ME GUSTO MUCHO, HASTA PUDE SENTIR MIEDO QUE LO ATRAPEN, ESPECTACULAR!!!!!
ResponderEliminarjaja gracias
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